Homero Aguirre Enríquez
“El gasto militar mundial experimentó en el 2024 el mayor incremento desde el fin de la Guerra Fría, alcanzando los 2,7 billones de dólares como consecuencia de las guerras y conflictos en curso”, concluye un informe del Instituto Internacional de Estocolmo de Investigación para la Paz (Sipri), radicado en Suecia. Junto con eso, la OTAN ha anunciado que exigirá a sus miembros pasar del 2% al 5% del PIB los recursos destinados a “defensa”, o sea, a comprar armas, lo que anuncia nuevos conflictos armados y aumenta el peligro de un choque nuclear mundial que acabe con la vida en todas sus formas.
Pero la responsabilidad de incrementar y usar letalmente ese arsenal de armas de todo tipo, incluidas las nucleares, no es de la humanidad, así en general, como tramposamente acostumbran concluir algunos “analistas”, que reparten la culpa total de las sangrientas guerras dividiéndola entre cada ser humano de nuestra época y llamando “a todos”, hasta a los niños de pecho, a evitar las guerras de invasión, con cohetes de largo alcance, tanques, aviones artillados y toda la parafernalia asociada a las armas modernas que se hacen por órdenes del pequeño grupo de oligarcas patrocinadores y beneficiarios de la escalada armamentista del imperialismo, esa fase en la que se encuentra el capitalismo en su fase terminal, que para no morir requiere cada vez más ganancias obtenidas del trabajo de miles de millones de trabajadores, nuevos territorios para obtener materias primas con las cuales alimentar su industria, más negocios para colocar su capital sobrante y el poder político mundial que les garantice sus inversiones.
Cuando no sea posible lograr lo anterior mediante un tratado leonino de libre comercio o de “ayuda” para endeudar de por vida a otras economías, mientras puedan lo harán a golpes de misiles, con guerras e invasiones.
¿Qué países son los que gastan más en armas? “Estados Unidos, líder mundial en gasto militar, aumentó su presupuesto un 5,7% en 2024, alcanzando los 997,000 millones de dólares, es decir, el 37% del gasto mundial y el 66% del de los países miembros de la OTAN”, dice el Sipri. Le sigue la OTAN, hasta hace poco su incondicional: “Los 32 miembros de la Alianza Atlántica, inmersos en un proceso de rearme ante un posible repliegue estadounidense, incrementaron considerablemente esta partida de gastos. «En 2024, 18 de los 32 países alcanzaron el objetivo del 2% del PIB», una cifra sin precedentes desde la fundación de la alianza militar, según Xiao Ling, investigador del Sipri, quien agregó: «Es de esperar que en los próximos años surjan proyectos de adquisiciones masivas en la industria armamentística» En tercer lugar tenemos a Israel, el testaferro más peligroso de Estados Unidos en Medio Oriente: “La misma tendencia se observa en Oriente Medio. Israel prosigue su guerra (debe decir su genocidio contra el pueblo palestino, HAE) en Gaza, y en 2024 su gasto militar se disparó un 65%, hasta los 46,500 millones. Se trata del mayor aumento desde la guerra de los Seis Días de 1967, según el Sipri” (swissinfo.ch).
¿A dónde fueron a dar la mayoría de esas armas? “Ucrania se convirtió en el mayor importador mundial de armamento pesado en el período 2020-24, con un aumento casi 100 veces mayor en comparación con 2015-19#, dice el mencionado informe.
Los fabricantes de armas, una de las ramas de los monopolios imperialistas, están de placemes, recogiendo ganancias multimillonarias de esta industria de la muerte. “Las 41 empresas con sede en Estados Unidos incluidas en el ranquin de las 100 principales registraron unos ingresos por armas de 317,000 millones de dólares, la mitad del total de ingresos por armas del ranquin y un 2,5% más que en 2022” (Sipri, diciembre 2024).
Ese incremento monstruoso del gasto militar, que servirá para aportarle más ganancias al Complejo Militar Industrial y enriquecer a los señores de la guerra, no es producto de un mal cálculo del imperialismo o fruto de la maldad individual congénita de alguno de sus personeros, maldad que sí existe pero no explica de fondo esas conmociones mundiales que provocan la muerte de cientos de miles de personas, sino resultante de las características del imperialismo: la incesante búsqueda de mercados para sus volúmenes crecientes de mercancías, la carrera por encontrar o abrir nuevos lugares del planeta para colocar en préstamo o inversión su capital sobrante y, derivado de esto, la guerra por el reparto del mundo.
Esa ha sido la historia del imperialismo desde que apareció a finales del siglo XIX, y las guerras se volvieron cada vez más frecuentes después de que Estados Unidos emergió como potencia ganadora en 1945. “Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha intentado derrocar a más de 50 gobiernos, ha bombardeado más de 30 países, ha intentado asesinar a más de 50 líderes extranjeros y ha interferido flagrantemente en las elecciones democráticas de, al menos, 30 países», escribió William Blum, un ex funcionario del Departamento de Estado, que se retiró del servicio en los años 60 en protesta por la guerra de Vietnam y se dedicó a documentar y denunciar las intervenciones norteamericanas a lo largo y ancho del mundo y el enorme presupuesto destinado para tal fin. ¿Sabe a cuánto equivale el presupuesto militar anual de los Estados Unidos? -preguntó Blum- Solo un año es igual a más de 20 mil dólares por hora desde que nació Jesucristo.
Con esos antecedentes, ¿podemos pensar que estamos próximos a que terminen las guerras imperialistas en el mundo? Evidentemente, no. Mientras el presidente Donald Trump asegura que el ejército estadunidense “ya no llevará la democracia por el mundo a punta de pistola”, se enfrían las negociaciones con Rusia para poner fin al conflicto en Ucrania, lo que seguramente alargará la guerra (y los negocios de venta de armas) y se muestra complaciente con la agresión brutal de Israel a Palestina y ahora a Siria. Los datos sobre el gasto en armamento son la punta del iceberg de los enormes negocios a los que los imperialistas nunca van a renunciar, hasta que la correlación internacional de fuerzas les resulte desfavorable, de lo cual ya hay síntomas en los avances de Rusia, China y otros países en los que la mayoría de la humanidad pone sus esperanzas de que el mundo no arda en llamas y logre algún día la paz y el progreso para todos.